domingo, 20 de septiembre de 2015

Adiós a TECLA, MORGAN y LIRA, trío canino inolvidable

Verano 2015

El trienio 2013/14/15 registró comienzos estivales puñeteros. Los dos primeros con situaciones, males y sustos personales monumentales. ¡Mejor no meneallo! Gracias a Dios, como solíamos exclamar los viejos, exitosamente superados. Y el inmisericorde 2015 actual que, por no quedarse atrás, comenzó poniendo punto final a una dinastía canina, nacida en Algorta hace casi medio siglo, capitaneada por Niebla I y finiquitada por el trío del encabezamiento, que cumplida la edad reglamentaria, superada la quincena, nos decía adiós para siempre. Último eslabón de una cadena compuesta por Tecla, la titular de La Colina, Morgan, el alcarreño y Lira, la madrileña, animadores los tres de nuestras estancias en La Colina con sus alegres y eufóricos saltos de bienvenida y sus ladridos ensordecedores cuando menos te lo esperabas. Súbita e inesperadamente saltaban en tropel aullando a coro y corriendo cual posesos hacia el camino al menor ruido o movimiento de vehículos o transeúntes.

Le cuesta al viejo bloguero imaginarse comidas o cenas en el porche sin la compañía de los tres saltarines y mimosos bajo la mesa o entre las piernas - la melindrosa Lira con el hociquito sobre mi pierna, esperando a escondidas mi golosina, o el dormilón de Morgan acurrucadito sobre el felpudo, entorpeciendo desde el anochecer la entrada al interior de la casa.

Numerosas fueron las situaciones y momentos en los que ocuparon primacía y protagonismo. Memorables algunas de las veladas nocturnas rompiendo el silencio de la noche, cuando dormían en la recocina o a la luz de las estrellas. Mejor dicho cuando, caso Tecla, ésta se pasaba horas y horas ladrando sin pausa en serenata torturadora a algún gato que en la persecución había trepado hasta la copa de un árbol. No se le quedaba corto Morgan cuando en las cenas y sobremesas, compitiendo con la sinfonía de grillos y sapitos, organizaba conciertos sin fin ladrando al mínimo ruido de vaquitas y ovejas que pernoctaban en parcelas de las cercanías.

Sentados obedientes a la espera
del pedacito de pan
Delicias perrunas del trío era su compañía en nuestros paseos o excursiones en bicicleta o a pie a la viña, a la parcela o a los huertos. Al instante, instintivamente, olisqueaban y adivinaban nuestras intenciones y preparativos. Vernos con cayada o bastón o con el manillar de la bici en la mano y ponerse a brincar o saltar, enloquecidos y juguetones a nuestro alrededor como niños a la salida del colegio era todo uno.

Gracias al portentoso don de la memoria, estos guardianes temporales de La Colina continuarán siendo mis fieles amigos desde la primera a la última hora de la jornada. Sirva de ejemplo una escena familiar diaria, el estreno de la mañana, perpetuada en esa tierna foto costumbrista: la jornada comenzaba cumpliendo meticulosamente con mi papel de madrugador de la familia y el oficio de portero de los perritos que, gimiendo y arañando a la puerta de la recocina, reclamaban salida al aire libre. Lo habitual era la salida  atropellada de la jauría al abrirles la puerta para calmar sus perentorias y urgentes necesidades: Morgan alzando la patita indefinidamente sin olvidar un solo ailanto o acacia del entorno y madre e hija, - ¿ había dicho que Lira era la hija de Tecla? Pues dicho queda - Tecla y Lira, féminas más discretas y recatadas haciendo pis donde cuadrase, distanciándose entre los tomillos y las jaras.

Contraviniendo la normativa generalizada y la costumbre alimentaria de “al perro comida única y al acostarse”, el viejo amigo era partidario de un frugal desayuno al levantarse y disfrutaba como un niño soñando diariamente con la bella escena rural  que muestra la foto adjunta: ordenaba al trío - el día de la foto faltaba Morgan - sentados obedientes y ensimismados en semicírculo en el pasillo de pizarra que lleva a la pérgola, donde por riguroso orden de edad y categoría comenzaba por Tecla el juego, consistente en coger al aire con la boca el pedacito de pan que iba repartiendo. A veces el machista de Morgan se pasaba de listo, saltándose a la torera las reglas de juego, e intentaba coger la ración de sus compañeras. Pero entonces la dueña de la casa, la mandamás de Tecla, enseñándole los dientes, conseguía poner orden, doblegándose  sin más el desobediente valentón esperando cabizbajo su turno.

Ante el cariño de Martín, Morgan se dejaba
incluso utilizar de almohada sin rechistar
El perro es tal vez el animal que mejor entiende y sintoniza con el hombre. Y por supuesto con los niños. “El perro y el niño, donde le dan (o ven) cariño”. Prueba y demostración de ello pueden dar todas nuestras nietas y nietos zalameros, con ellos encariñados, y algunas de las numerosas fotos que podíamos brindar a nuestros lectores.

El lenguaje de los perros, sus ladridos, aullidos o quejidos, la expresión de su mirada, sus lamidos o besuqueos con su morrito, el movimiento de su cola, acercamientos o desplantes, indescifrables a veces, son de fácil interpretación para quienes les queremos. Cuando les hablas, ordenas o corriges, les acaricias o les riñes, te escuchan embebidos prestándote más atención que la mayoría de los humanos. A nuestros “silbos amorosos”, me estoy dirigiendo a nuestros tres, - cuando se alejaban o distanciaban, o acercaban a la carretera - en especial Lira, ¡el chulesco Morgan con frecuencia hacía oídos sordos!- acudían veloces  a nuestra vera como mansos corderillos.

La historia de su nacimiento o su llegada sería una historia interminable como la de Michael Ende: Tecla, hija única de la última Niebla, nacida en la leñera una noche cualquier de agosto. Siempre mimada y bien alimentada. Lira, a diferencia de su madre, hija de parto prolífico. ¡Ocho churumbeles de una camada! Había Fox Terrier para toda la familia: Adela y Paloma, tía Tina de Palacios, Carmen y Paco de Logroño etc., etc. A la hora del reparto - tragedia al canto que prefiero no recordar, apareció Morgan, abandonado por sus primeros dueños en la calle, llegado de rebote, sustituyendo a Lira destinada para Adela en Cabanillas y que pasaba a Madrid cedida para Paloma, que había quedado huérfana por la muerte del ejemplar más lindo a ella destinado. Y sintonizando con aquel trance y, puesto que de lo que quería tratar este capítulo era de adioses y despedidas, creo que ha llegado el turno al adiós último a nuestro trío de homenajeados.

El final de Lira y Morgan fue un final parejo. De urgencia, dado su lastimoso estado de senectud. Pero bien programado y llevado a cabo por veterinarios, profesionales ejemplares amantes de los animales: Lira en Villamayor (Salamanca) y Morgan en Cabanillas. La separación de Tecla  fue, sin embargo, inesperada. Tan sorpresiva como trágica: regresábamos Palmira y yo de un paseíto en coche a la viña, cuando al enfilar la cuestecita que lleva al cruce, distinguí a lo lejos un perrito tendido muerto en el arcén izquierdo de la carretera. ¡Era Tecla! Atropellada por un coche. Sin una sola herida. Un leve raspón en la cabeza. Sorda y casi ciega, atemorizada y desorientada por la tormenta, habría salido en nuestra búsqueda cuando ya ni salía de La Colina. Como el perrito de Neruda, descansa a la sombra de un árbol, a la del gigantesco piñonero el epicentro del pinar.


El beso de despedida  a Lira en el maletero del coche - primero y último de mi vida a un animal - atestigua el amor familiar a los perritos.  El pobre animal no quería - ¡es que no podía! - ni sentarse ni quedarse en el coche. Lo interpreté como que no quería separarse de nosotros y dejar La Colina para siempre, intuyendo el significado del último viaje. Me costó días volver a la realidad y aceptar, con humildad y tristeza,  que los animales que he mimado, los árboles que he plantado, las flores que he regado y los pajaritos que he adorado son mortales. Como todo lo que poseo y más quiero.

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All things I possess and love the most. from Paloma Martín on Vimeo.