martes, 16 de diciembre de 2014

…Y ALGORTA EN EL CORAZON

La memoria en el corazón
elimina los malos recuerdos
y magnifica los buenos.
(García Márquez)

Algorta, al igual que Deusto, atesora multitud de recuerdos, ilusiones y proyectos que han marcado una época y configurado una vida. Algorta es más que un recuerdo. Es muchísimo más. Es una de esas etapas que, por muy lejanas y apagadas que aparezcan, nunca se borran. Algorta destaca por su relevancia, prestancia y señorío en el ayuntamiento vizcaíno de Getxo, y además destaca en mi corazón, por su trascendencia en mi vida familiar (la incorporación de Lucila, una fría mañana del invernal enero vasco). En mi memoria, asociada y agrandada por su proximidad a Berango, tras la arribada de Dori, Pepe y su numerosa e inseparable familia procedentes de Ermua.

Sin linderos ni marcas fronterizas, el término geográfico de Algorta-Berango, o viceversa, se convirtió en armónico dúo asociado a cercanías y entornos hoy todos hermanados y revueltos en el almacén de los recuerdos. País, paisaje y paisanaje: Sopelana con sus dos playas, la salvaje y la moderna; Urduliz con sus peñas, paseo y escalada predilecta de las tres González niñas; 
Peñas de Urdúliz 1968
Lejona con su Martiartu y al final con la universidad; Las Arenas con el puerto, el faro y el muelle de Arriluce (predilecto paseo marítimo vespertino de la familia en las soleadas y tibias tardes algorteñas), su puente colgante, Neguri y Jolaseta albergue de la rancia y encopetada alta burguesía vasca. Y allá en la lejanía, por levante, la “cordillera” del Umbe, cuyo cordal partiendo de las estribaciones de Berango, próximas al Colegio Americano - un hito más algorteño, donde Palmira reinició y disfrutó de su actividad pedagógica - trazaba el bellísimo horizonte natural, recreo permanente diario para la vista desde nuestro salón o desde mi despacho. Lugares, en suma, inolvidables: paisaje, hábitos, tradiciones, costumbres, folklore, cultura y deporte donde se forjaron tantos sueños y querencias, tantas celebraciones y encuentros familiares.

Por eso y por otras muchas razones, este capítulo, más que la tópica recapitulación de memorias, de hechos, vivencias y recuerdos personales, pretende ser canto lírico de un ferviente e implacable romántico, expresión de sentimientos resucitados, paseo de un apasionado correcaminos, reandar por lugares algorteños, tantas veces pateados. De aquellos retazos resucitados, “capitaneando la manada”, Villamonte, nuestra primera vivienda de alquiler,
Descanso en Villamonte 1967
en esta pacífica, elitista y acogedora urbanización residencial. Tal vez la primera urbanización moderna del ayuntamiento de Getxo. Cuando Algorta empezaba a desmadrarse por el norte, el este y el oeste, devorando caseríos, campas y campiñas, iniciando una expansión en la década de los 70, cuando “las familias de clase media decidieron buscar un lugar más confortable para vivir” (según Wikipedia), marcando consciente o inconscientemente esa divisoria socio-política, esa dualidad histórico-antagónica entre margen derecha e izquierda, norte y sur, arriba y abajo que ni comparto ni defiendo.

Puerto Viejo de Algorta - J. Connell

Algorta significó también descubrimiento y conquista. El castellano viejo que echaba de menos la vasta espaciosidad, el cielo estrellado y el gélido burgalés de la meseta, descubría la belleza y seducción del mar, el hechizo del baño y el rumor de las olas, el aroma y sabor del agua salada contrastando con la pobreza y turbiedad de las enlodadas charcas y riachuelos del interior. Y ante todo y sobre todo el singular privilegio de los espectaculares atardeceres y anocheceres crepusculares en la bahía del Abra: el juego de luces en las lejanas aguas de poniente y los luminosos colores nocturnos en el puerto y en los márgenes de Santurce, Portugalete y Ciérbana, enseñoreándose en la caída del Serantes. El cambio de tonos y colores, del amarillo y ocre al verde claro-oscuro de las campiñas vascas compensaba otras ausencias, olvidadas por la sustitución y aparición de nuevos escenarios, ecos y observatorios: los parques de Usategui y Reina Cristina, la avenida de Basagoiti o el Puerto Viejo, Punta Galea y Aixerrota con las maravillosas e inigualables puestas de sol ¡tantas veces disfrutadas! El sol allá a lo lejos despidiéndose en el horizonte marino; agua y luz confundidos en un concierto de colorido reverberante. Y muchísimos más recuerdos memorables de las playas o acantilados de Ereaga, Arrigorriaga, Larrabasterra, Sopelana y Plencia. 
Sopelana 1966

En mi memoria visual, en el plano de aquella Algorta, ya historia, destaca la torre de la iglesia de los Trinitarios, faro arquitectónico de los monumentos religiosos de aquella época (neorománico con numerosas reconstrucciones). Al que habría que sumar la parroquia de San Nicolás (neoclásico de mediados del XIX) aportando a la plaza, corazón de villa, carácter y color de pueblo; y la de San Ignacio, más moderna (neor.-neobizantina) enfrente y en consonancia con la prestancia del Ayuntamiento. Símbolos del desarrollo, modernización y progreso económico en el siglo XIX, de los modestos pueblos de pescadores de la cornisa cantábrica de profunda raigambre cristiana. Perpetuada en la humilde parroquia de San Martín, la nuestra, la de Villamonte, en unos sótanos de la urbanización.

Mas dejemos a un lado la historia y por el señorial Basagoiti, desembocando en la calle principal, hoy Avda de Algorta, endulcemos un instante el recuerdo con un alto en la, tantas veces visitada, pastelería de Zuricalday, giremos a la estación del ferrocarril con el popular cercanías tantas veces frecuentado, crucemos una vez más los desaparecidos pasos de nivel y descendiendo por la Avenida de Salsidu, detengámonos en la calle Kasune. ¡Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivirla nuevamente! El recuerdo algorteño de mayor valor y relieve es el de la calle Kasune y su Nº 1, cuando antaño estaba asociada prácticamente a Villamonte y Villaondoeta. Ambas a rebosar de encuentros, bienvenidas y acogidas familiares, nacionales e internacionales. Algorta era codiciada reserva de profesores de los colegios alemán y americano con los que tantos vínculos nos unían. Pero de esto y mucho más, daremos buen parte en próximos capítulos.