sábado, 4 de febrero de 2012

NOVIAZGO A LA ANTIGÜA USANZA

La novia
Puritano, a distancia y por correspondencia

     Cuando ahora te sueño
     en una noche de Reyes
      a la luz del recuerdo,
          con una carta en mis manos
          del color del romero,
               en la niebla del tiempo
               pervive una aurora
              de amor verdadero.

El noviazgo oficial, testificado por documento firmado y rubricado por parte de la novia, idealizado en los versos de presentación, comenzó, conforme anuncio en el capítulo anterior, un 6 de Enero de 1947.

Recuerdo circunstancias de espacio y tiempo como si todo hubiera acontecido ayer por la tarde. ¡No era para menos! En términos arquitectónicos el lance y el momento vendrían a ser como la primera piedra de un rascacielos. El destinatario esperaba impaciente, hacía días, la respuesta a la solicitud amorosa de noviazgo, formulismo “sine qua non”, en aquellas épocas y latitudes. No pudiendo contener por más tiempo los impulsos tormentosos juveniles, diariamente corría a casa de la cartera, la tierna tía Manuela la Porricha, ansioso por averiguar si había llegado la tan anhelada misiva. En el día de actos, allí me esperaba, romero pálido y perfumada, según los románticos cánones epocales, la trascendental respuesta.

Contemplada todavía hoy, con ojos de anciano redactor, la escena resplandece con el esplendor juvenil y vitalista de entonces.¡Lugares y tiempos tan lejanos a veces tan cercanos! La respuesta afirmativa, confirmando el inicio de nuestra relación de novios, ha pasado a nuestras memorias como dulce motivo de burlesca ironía, siempre hermosa y memorable. Exultante de alegría y felicidad corrí a hacer partícipe del notición, a mi amigo Juanito: “¡Palmira ya es mi novia!”

Así y allí, de manera tan inusual y distante, pero muy romántica, comenzó, como pistoletazo de salida, la carrera más trascendental de mi vida. Carrera de larga distancia maratoniana. El punto final, la meta tan lejana como soñada, tardaría la friolera de “nueve añazos” en llegar… ¡2 de Agosto de l956! Años muy largos unos, más cortos otros. ¿Cómo transcurrió ese largo periplo amoroso? Me limitaré a recoger y desvelar algunos momentos destacados -curiosos, novelescos e intrigantes- de esta historia de amor. Rememoraré vivencias atípicas, momentos, días y… viajes nocturnos, que mas bien parecen cuentos de miedo para niños. Plasmaré en papel escenas que, al resucitarlas, mi resquebrajada autoestima recuperará su valor, ascendiendo a la categoría de héroe robinsoniano.

El destino fue “cruel” con nuestra pareja de enamorados. No tomemos literalmente el encomillado. Fue duro a veces. Pesado de llevar otras. Siempre por culpa de la distancia. Cuanto más soñaban y luchaban nuestros protagonistas por alcanzar y llevar a la práctica la sentencia campoamoriana: “la más hermosa es la soledad de dos en compañía”, más se emperraba fortuna en separar y distanciar a la pareja de tortolicos.


Los primeros encuentros esporádicos tuvieron lugar en Salamanca. Aprobado el Examen de Estado, los dos estudiantes -ambos preocupados por ganar tiempo al tiempo- se decidieron por magisterio. Estudios de dos años de duración, matriculado él de libre y residiendo en Carrascal. Nuestros encuentros amorosos eran tan suspirados y dificultosos como los de Calixto y Melibea en el huerto salmantino. Palmira residiendo, con sus otros tres hermanos, en la calle Libreros nº 6, en el meollo del corazón universitario, y el novio, esporádicamente, en avenida de Italia nº 36, casa de mi hermana Aurora, carretera de Ledesma. Los horarios, visitas y paseos tenían que atenerse estrictamente a las normas morales y sociales imperantes. El novio no podía acercarse en lo más mínimo ni al portal, ni al timbre de la amada. Tenía que conformarse con hacer guardia, en la esquina de la calle transversal, a la espera de ser visto por la “sufridora” que, impaciente, tras el visillo de la ventana, esperaba la ansiada aparición del caballero para disfrutar del paseíto de rigor. La espera se fue aminorando, años más tarde, con la compañía de otro rondante, el cuñado Pepe Regalado, cortejador de Dori, la pequeña, la más independiente y mimada de las tres hermanas, más afortunado que yo, pues vivía en la calle Serrano, a la trasera de la novia. Para completar el trío, a este cortejo de galanes se agregaría Nacho, pretendiente de la mayor de las hermanas, Tina. ¡Tres eran tres y las tres de primera! La histórica calle Libreros, desaparecido este gremio, bien mereciera denominarse la Calle de los Enamorados. Disculpen tan extenso inciso, volvamos a nuestro relato.

La foto primera de novios
El paseo se reducía a dar vueltas a la Plaza Mayor, escenario obligatorio, a la antigua usanza charra, de citas, vueltas y revueltas. Siempre escoltados por la “carabina” en suerte: una hermana o una amiga. Tina, la hermana mayor, cumplía con esmero sus funciones de “guardiana” responsable. Ejemplo gráfico de costumbre ancestral, hoy tan irrisoria, es la primera fotografía de nuestra pareja de enamorados, la jovencita novia escoltada por su hermano Emilio, todavía un imberbe adolescente. La foto inmortaliza una de las fiestas más populares y tradicionales salmantinas: la romería a la Virgen de la Salud de Tejares, a principios de junio.

La foto primera de novios muestra, bien a las claras, el cumplimiento riguroso de las estrictas reglas morales. Había un largo período de emeritage en el que estaba terminante prohibido coger la novia de la mano. Llevarla del brazo o ponerle la mano en el hombro era casi motivo de ruptura o denuncia familiar. El “rapto” del primer beso en una de las breves escapaditas de Libreros a los Jardines de Anaya, en un desaparecido banco de piedra, con la catedral enfrente, la universidad a la derecha y “mi” Anaya a la espalda como testigos, fue odisea digna de figurar en los anales del recinto universitario salmantino. Hazaña trascendental en la historia que nos ocupa. Y tras la cual, el novio cruzó la plaza mayor y enfiló, calle Zamora arriba, hacia su casa, cual vanidoso y bravucón gallito del corral. La novia, por su parte, retornaba, convertida en amapola primorosa, delatando por el color de su rostro el atropello cometido al haber traspasado a tanta velocidad las barrera de los límites permitidos.


NOVIAZGO A DISTANCIA

Narrar los prolegómenos y primeros pasos del noviazgo en Palacios podría servir de tema para una novela gótica. A los novios principiantes que llegaban al pueblo no les estaba permitido ni acercarse a la casa de la amada. Los enamorados se veían en el paseo o en el baile de tamboril de la plaza. Más tarde en el “salón de baile” de Clemente Ra. "Al toque de la oración las niñas de buena educación, en casa son." Al anochecer, finalizado el baile con la jota de rigor, al candidato le estaba permitido acompañar a la novia hasta la esquina de la calle. Paulatinamente, cual tímido conejillo, iba acercándose a la casa de la novia. Un pasito más, y nuestro aspirante al matrimonio podía ya sentarse a “pelar la pava”, juntitos ya los dos, sentados en una piedra o en las escalerillas de la puerta de casa de la novia.

Romántica, bella y enternecedora, era la ronda a la novia, antes de la diez de la noche. El novio y algunos amiguetes, (de vez en cuando me acompañaba alguno de Carrascal) íbamos a cantar una ronda a la puerta de la novia. El novio, en cierta memorable ocasión, cantó el solo de:

A tu puerta está la ronda, sí sí
y yo cantaré el primero
clavelina colorada
nacida en el mes de enero.

La novia solía abrir el portón de la puerta o acercarse al visillo de la ventana, según testimonian algunas películas o novelas, a agradecer emocionada el homenaje. Pero la desilusionada Palmira no pudo cumplir con la tradición, ante la severa prohibición de Clemente. Sin embargo, también el pater familia fue doblegándose paulatinamente a la rígida normativa. Inolvidable es la figura patriarcal del abuelito, serio y erguido, con su emblemático sombrero negro de copa, saludando, diplomático y distante con un “ Buenas noches tenga usted”. De agradecer es la permisividad y hospitalidad de los progenitores de la novia, cuando en alguna de las gélidas noches del invierno charro, se me brindaba el honor de traspasar el umbral de la casa. La novia, hospitalaria y cariñosa, sacaba al pasillo un braserito con dos sillas, inmortalizando con este gesto una de las escenas costumbristas amorosas más tiernas y conmovedoras.

Consolidada ya la relación, los avances llegaron ya a tal extremo que, en cierta ocasión que la novia estuvo enferma de cierta seriedad - la pleura, enfermedad juvenil que también padeció el novio de estudiante-, se me permitió hasta entrar en el dormitorio  y visitar a la sufridora, afortunada e impaciente enferma. ¡¡Aquella deferencia fue la consagración de un noviazgo elevado a los honores de los altares!!

 ...(continuación)

5 comentarios:

Anabel dijo...

Qué agradable leer estas memorias, que son a la vez cuadro costumbrista de una época...
¡Y ya han salido mis padres, ya sabía yo que no podían tardar! ¡Qué bien!

Irene. dijo...

¡Pero qué abuelos más guapos tengo! ¡Y qué elegantes ellos siempre! Opa, ¡me encanta leerte!

Lucila dijo...

Bueno, bueno si esto parece una novela de época, ¿cómo seguirá? Aunque el final ya lo sabemos, esperamos ansiosos el siguiente capítulo.

Blanca dijo...

Tener el privilegio de editar las memorias de un octogenario que ademas de afortunado tiene un circulo de lectores tan querido, es algo que pondre en mi curriculum en primera linea.

Teresa dijo...

y no miento si digo que me emociono leyendo estas historias de mis queridos abuelos!!