domingo, 26 de junio de 2011

Recuerdo y homenaje de su” corderito blanco” a una madre que se fue antes de tiempo

Lucila García Sánchez
Murió sin lograr superar la treintena. Había nacido en San Pedro del Valle y cerró sus ojos para siempre en Carrascal de Velambélez. Se llamaba LUCILA GARCÍA SÁNCHEZ. Dos de sus nietas han honrado y perpetuado dignamente su bello italianizante nombre. Descansa, olvidada, a la sombra de un viejo y gigantesco chopo, emblema del cementerio quizás más pequeño y pobre del país. Dejó esposo - BENJAMÍN GONZÁLEZ HERNÁNDEZ - cuatro años mayor que ella, y cuatro hijos: Aurora, la mayor (11-12 años), Luciano (7-8 años), Manuel José, el autor de estar Memorias (3-4 años) y Emilio, el bebé de la familia, que no sobreviría el año.

Después del cuarto alumbramiento, agravada su larga enfermedad cardíaca, apenas volvió a abandonar el lecho. Su hijito recién nacido fue confiado a una nodriza de la Vega de Tirados, donde moriría pocos meses después de ella. El niño amortajado será el primer recuerdo de mi vida, con unos cuatro años. Este acontecimiento bien merecerá un capítulo aparte. De mi madre únicamente silencios, sombras y un simple cuarteto de palabras: ¡Traerme mi corderito blanco! exclamaba pidiendo le llevaran a la cama al granujilla de su Manolito.

A la vista de la brevedad y precariedad de este recordatorio de quien me trajo al mundo, me siento avergonzado y entristecido. ¿Cómo a lo largo y ancho de mi prolongada vida no he podido indagar ni recopilar noticias, alusiones o referencias a la vida de mi madre? ¿Cómo es posible que mi padre, mi hermana, mis abuelos y tíos maternos no hayan podido contarme nada de ella?

Debo confesar que en el sumario de mi vida figura una cuenta pendiente, unos números rojos involuntariamente merecidos.

Inmerecida, sin embargo, ha sido esa muy sentida ausencia de Madre. Carencia que me ha asaltado tantas veces a lo largo de mi infancia y juventud. Esa madre, siempre pendiente de nuestros pasos, de nuestras entradas y salidas, de nuestras necesidades, de nuestros triunfos o fracasos, no ha existido nunca en mi vida. Una tristeza inmensa guardo viva- todavía hiriente - en mi recuerdo. En momentos que podrían haber sido decisorios en mi vida, su ausencia ensombrecía mi éxito y mis alegrías.

Uno de ellos fue cuando aprobé la Licenciatura en Filología Moderna.

Una tarde de septiembre de 1955. La luz mortecina de comienzos de un melancólico y triste otoño se cernía sobre los rojizos tejados de la “Salamanca que enhechiza” (Cervantes). Fue el examen más irracional que pudo engendrar autoridad académica. Para poder acceder al Doctorado era preciso pasar un examen global de las asignaturas troncales de la carrera. ¡Demencial!

Con el aprobado en el bolsillo volvía a casa de mi hermana triunfante y exultante al haber coronado una cima con la que nunca había soñado. Pero el castillo de naipes se derrumbó al no encontrar con quién compartir: la buenaza y complaciente de mi hermana no comprendía la magnitud de “mi hazaña”. Mi padre tampoco entendía de Licenciaturas y con mi novia no había posibilidades de comunicación: el invento del móvil y del teléfono no había llegado a aquellas latitudes. ¡La sombra de mi madre planeaba una vez más sobre mi cabeza! Se había ido demasiado pronto. Como legado, esta bella fotografía de estudio de soltera, que ahora preside la cabecera de mi cama. Y la lapidaria y enternecedora súplica maternal que encabeza este brevísimo capítulo.

5 comentarios:

Paloma dijo...

Querido Opa, me está haciendo mucha ilusión leer tu blog, siempre ha habido muchas cosas que he querido saber pero no he encontrado el momento de preguntar. Seguiré leyéndote con asiduidad para despejar todas esas dudas. ¡Muchos besos londinenses!

Casadesnuda dijo...

Muchas gracias por compartir todos estos recuerdos y sentimientos con nosotros! Me encanta leerte! Muchos besos opa!

Teresa dijo...

Que comienzo mas profundo!Otra nieta que se emociona al leer tus lineas y se alegra de que compartas con nosotras historias que faltaban por contar :)

Javi R. dijo...

Desde hoy tienes un nuevo y fiel lector, tio Manolo.
Gracias por compartir letras y sentimientos.
Un besazo.
Javi R.

Anabel dijo...

Pero, tío Manolo ¿cómo es posible que te conozca hace 48 años y pico y me esté enterando ahora, gracias a este blog tan emotivo, de cantidad de cosas tuyas? Que tuviste un hermano pequeño que murió (bueno, de esto algo nos contaste hace bien poquito), que tu filología se llamaba "moderna" (ya ves, la mía y las de tus hijas, con ser más "modernas", se llamaban de otros modos) y, sobre todo, las cosas que cuentas sobre tu madre, de la que yo no conocía más que el nombre...
Un besote, y sigue con este blog, que nos encanta